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Hay ceremonias y ceremonias

Cielo, récord en 50 metros libre, con Santos EFE

RIO DE JANEIRO -- Por fin pudimos ver una ceremonia de entrega de medallas con algo de contenido, sin el protocolo que lo achata todo. Poque el contraste entre la natación y el handball fue increíble.

Por un lado, estuvimos en el cierre de la natación, donde Thiago Pereira consiguió dos medallas más (de bronce en los 100 metros espalda y de plata en el 4x100 libre) para completar ocho. Por otra parte, y como para dar contexto a la extraordinaria actuación del nadador, digamos que consiguió cinco marcas continentales en 400 metros estilos, 4x200 estilos, 200 metros espalda, 200 metros estilos y relevo 4x100, estilo libre.

También vimos como César Cielo, la otra gran estrella brasileña, se llevó la medalla dorada de los 50 metros libre masculino, bajando el record panamericano a 21,84 segundos, para colocarse a sólo 20 centésimas del mundial que ostenta desde el 16 de junio de 2000 el ruso Alexander Popov. Los que saben de natación dicen que esa marca cae, como mucho, el año próximo. Y que será Cielo el que destrone a Popov.

Pero todas las emociones que los nadadores entregaban desde el agua quedaban licuadas cuando venía la entrega de medallas. No sólo se cortaba el ritmo de la competencia (el orden era una medalla, una carrera, una medalla, una carrera) sino que además la frialdad derrotaba todo esbozo de emoción. Ni siquiera el calor brasileño hacía que se nos derritiera el hielo.

Un par de fulanos parados frente a los deportistas (siempre impecables, de traje, bronceados, muy bien peinados y con un montón de cargos) para darles las medallas y los ramos, y a otra cosa. Nada más. Y esa frase que resuena: "Con ustedes, los medallistas paramericanos", que trata de levantar el aplauso de la gente pero que normalmente genera más indiferencia.

Sólo César se salió del protocolo con su compañero Nicholas Santos (bronce en 50 metros libre): ambos se fueron hacia la tribuna para permitir que la gente les sacara fotos. Cielo, además, le obsequió su ramo a una fanática que, junto con otros cinco, formaban la palabra "Cesao!" en letras amarillas sobre un fondo negro.

Debemos admitir que cada vez que sonaba la pomposa música que anunciaba la llegada de los atletas para subirse al podio, nos daba fastidio, porque nada terminaba de engranar. Todo era muy aburrido. Y también nos daba bronca, porque los deportistas se merecían algo más dinámico, menos ceremonioso y más natural.

De ahí nos fuimos a las corridas (mejor dicho, en taxi) para el Pabellón 3B de Ríocentro (distante unos cuatro kilómetros del Parque Acuático) donde se disputaba la final de handball masculino, con el clásico entre Argentina y Brasil, que ya tenían una historia pesadita desde Santo Domingo 2003, cuando Brasil se llevó la medalla dorada en el alargue por 31-30 y terminaron a los bifes.

Tal como fue aquella final, el clima estaba muy caldeado cuando igresamos. Afuera y adentro de la cancha. Nosotros, que estábamos sentados a un costado, anotando y mirando el juego, debimos soportar que nos pegaran en la cabeza con una bandera brasileña durante todo el partido y que nos gritaran en el oído "maricón"... Pero como ya somos veteranos de estas guerritas pavotas, lo tomamos con calma, porque ya sabemos como se pone alguna gente frente a una final.

Así que agachamos la cabeza y le dimos para adelante. Y en ese clima pudimos ver como Brasil superó con claridad a Argentina por 30-22, en un partido que sólo tuvo algo de emoción en el resultado allá por los 20 minutos del segundo tiempo, cuando Argentina llegó a colocarse 21-19.

Pero la espectacular actuación el arquero Maík (atajó hasta el viento) y la efectividad de Bruno Souza fueron demasiado para los argentinos, que pagaron muy caro lo mal que jugaron en el primer tiempo.

Bruno Civelli y Facundo Torres fueron los únicos que respondieron en plenitud y, gracias a ellos, Argentina se acercó en el marcador. Pero la diferencia que Brasil había sacado en el primer tiempo (11-6) le daba oxígeno para una que otra desconcentración y así consiguió alejarse 30 a 22 cuando apenas restaban 21 segundos para el final.

En ese momento se armó el tole tole porque los jugadores argentinos, supuestamente, reaccionaron ante las burlas de Bruno Souza (en ese momento estaba afuera, en el banco), quien a su vez argumentaba que alguien lo había pateado en una acción de juego.

Cuando la pelota estaba parada, y en poder de Brasil, todos los ojos fueron hacia los suplentes, porque varios argentinos se lanzaron sobre Bruno Souza para ajusticiarlo.

El 9 de Brasil fue sacado del foco del conflicto, aunque el choque entre ambas escuadras siguió durante varios minutos.

Sólo Silvio resulto herido con un corte en la frente, lo que se podría considerar un milagro, ya que varios argentinos y brasileños estaban incontrolables. La seguridad, al final, funcionó bien, ya que la cosa se pudo calmar con forcejeos y sin que pasaran a mayores.

¿Qué pensamos de esto? Lo mismo que siempre. Hay que ganar dentro de la cancha jugando al handball mejor que el rival. Y si se pierde, hay que soportar lo que venga.

Es cierto que Bruno Souza verdugueó a los argentinos pero también es verdad que todo se generó como consecuencia de la derrota. Es muy difícil discernir hasta que punto una burla es más o menos ofensiva. Lo que sí es claramente identificable, cuando un equipo demuestra que no está preparado para perder y que hace un papelón, tal como lo hizo Argentina.

No hay excusas para la reacción desmedida de los argentinos que, al menos, salvaron parte del honor en la entrega de medalla, cuando debieron soportar todo tipo de humillaciones y se quedaron en el molde, como señoritos ingleses.

Aquí es donde volvemos al tema de la ceremonia de entrega de medallas. En este caso era necesario quedarse porque el clima del estadio le iba a dar contenido.

Y así fue: ovación para los cubanos (bronce) que estaban chochos de la vida, como si en realidad hubieran atesorado el oro.

Insultos y silbidos para los argentinos, que estaban con el ánimo por el piso mientras recibían las medallas plateadas.

Y oro para los brasileños, que desataron una fiesta con mucho color, alegría y originalidad en los festejos. Mientras los argentinos, desde un costado, los miraban de reojo masticando su bronca.